24 de noviembre de 2022
Adriana Salazar (Colombia) es licenciada en Artes Plásticas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, con una maestría en Filosofía de la Universidad Javeriana de la misma ciudad y un doctorado en Arte y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es docente y coordinadora del programa de Artes Visuales de la Universidad Anáhuac de México. Lleva en el terreno de la investigación artística ocho años, los cuales coinciden con su llegada a México. Se asume como investigadora en el campo de las crisis socioambientales que se encuentran en el territorio que habita. Ha realizado varios proyectos de investigación que contienen trabajos editoriales, papers, proyectos de revistas y seminarios. Entre sus investigaciones se encuentran Museo Animista del Lago de Texcoco; Enciclopedia de Cosas Vivas y Muertas: el lago de Texcoco; y Conjuros de Agua.
En estos ocho años de investigación desde tu llegada a México, ¿cómo ha ido evolucionando tu investigación, y cómo la observas en el presente?
Llevo comprometida con la misma investigación desde hace ocho años. Sigo trabajando en los proyectos que comencé en 2015 que tienen que ver con la secación de los lagos en México, llamados El Museo Animista del Lago de Texcoco, y Enciclopedia de Cosas Vivas y Muertas. Esta investigación tiene que ver con la crisis del agua en la Ciudad de México y las formas de conocimiento que se generan desde abajo. Hace unos meses hice una activación en el Museo Animista de Texcoco, en el norte de México. Lo archivado que tenía hasta 2019 se configuró como una publicación que se llama Conjuros de Agua y es de lo que hablaré en la Conferencia. Actualmente estoy terminando de editar un número de la Revista de la Escuela de Artes y Comunicaciones de la Ciudad San Francisco de Quito.
Al igual que en México, en Chile existe mucho interés desde las artes por la crisis del agua. Desde la práctica como investigación, hay también un valor al rol de la comunidad en dichos trabajos, ¿de qué manera te relacionas tú con tu territorio?
Todos los encuentros que se hicieron durante las investigaciones, que son variados y múltiples, atendían distintas perspectivas y juntaban distintas voces de diferentes campos del saber. En mis investigaciones busco tener voces de organizaciones comunitarias en defensa del agua que han participado en presentaciones de libros y que han activado eso en sus propios territorios. La investigación tiene sentido en la medida que no solo exista en los espacios editoriales sino también en los lugares donde se generó.
Por ejemplo, El Museo Animista fue un proyecto que me retó muchísimo, que comenzó como una investigación arqueológica que se configuró como una colección de materiales presentes en el lecho desecado del actual lago de Texcoco. Comenzó como una colección pero luego se convirtió en un foro que funcionó más bien como un detonante de saberes, algo que no permite un Museo por sí mismo. En ese foro participaron voces que tenían algo que decir sobre la activación de esa lucha, y desde ahí surgió como un espacio para que las comunidades también se pudieran congregar y encontrar.
¿Se puede entender la investigación como un elemento vivo? ¿Cuál es tu concepción de la investigación y el archivo?
Creo que existen muchos malentendidos en torno a la investigación artística. La investigación dentro de las academias suele ser limitante, incluso en los mismos aparatos de validación de las investigaciones en el Arte. Cuando te validas como investigadora, muchas veces te preguntan cuántos papers has publicado, cuál es tu metodología, cómo haces tu marco teórico… y en realidad, eso nos hace daño porque bloquea las potencialidades reales de lo que se puede investigar.
Creo que en la contemporaneidad han estallado las posibilidades de los alcances que puede tener una práctica artística; la investigación puede ser un terreno de experimentación con los propios aparatos de conocimiento. Es necesario desarmar los marcos teóricos y los formatos académicos preexistentes; hackearlos, darles la vuelta y tantear con contra-metodologías o anti-metodologías. Yo no investigo para los sistemas de investigadores en México, sino más bien para establecer alianzas, para conversar, alinear posiciones políticas. Es importante tener momentos o instancias de traducción donde participen aparatos académicos, estos pueden ser ventajosos, pero a mí me interesa en la medida que no sea algo quieto, sino más bien procesos que pueden cambiar. Hoy puede articularse como un museo, mañana como un taller y a futuro como una colección.
Muchas veces se estima que las manifestaciones artísticas más híbridas no llegan a las audiencias. Que éstas “no las van entender”, ¿qué opinas de esa posición?
Uno de los grandes problemas que yo observo es que el arte aun está hecho para públicos especializados, y esto excluye a audiencias que no participan de esos discursos y rituales artísticos. Yo creo que si piensas en prácticas artísticas con compromiso político, social o ambiental hay que salirse de lo sencillo, y crear nuevas condiciones. Por ejemplo, mi experiencia en Santo Domingo con los Comités de Defensa del Agua fue hermosa, pero es porque la comunidad sí estaba interesada en el proyecto. Hay que abrirse a las necesidades de las comunidades, y entender cuál puede ser nuestro aporte y comprender que nuestro vínculo no es mesiánico.
¿Cuál va a ser tu rol en el Congreso y cuáles son tus expectativas?
He hecho muchas charlas virtualmente en estos dos años y esta será la primera conferencia presencial desde que comenzó el COVID. Tengo muchas expectativas y hablaré de dos temas específicos. El primero tiene que ver justamente con las políticas y poéticas de la investigación artística, de cómo agitar un poco las presuposiciones que han salido. Me encantaría compartir mis experiencias usando el agua como materialidad y también como metáfora de los desbordes. Además deseo conocer colegas, armar redes, escuchar, aprender y moverme yo también con lo que se ha construido a través del Congreso.
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